En las próximas décadas países como Bulgaria, Letonia, Lituania o Ucrania perderán hasta el 20 % de su población actual, según un informe de la ONU.
por Marcelo Nagy
BUDAPEST, Hungría.- Europa Central y del Este afronta un grave problema de pérdida de población debido a la inestabilidad económica y política, el rechazo a la inmigración y la masiva salida de jóvenes hacia el extranjero, factores que, sumados, suponen una “bomba de relojería” demográfica.
Justo esa expresión fue usada por el primer ministro checo, el populista Andrej Babis, durante su reciente intervención en el “Tercer congreso demográfico de Budapest”, en la capital húngara.
Una bomba de relojería que afecta a muchos países de la zona, según un reciente informe de Naciones Unidas (ONU) que señala que en las próximas décadas países como Bulgaria, Letonia, Lituania o Ucrania perderán hasta el 20 % de su población actual.
Según la ONU, la población conjunta de los países de Europa del Este y del Báltico (sin incluir a Rusia) caerá desde los 153 millones de hoy a 130 millones en 2050, mientras que en los Balcanes se pasará de 34 a 29 millones.
Polonia perderá en los próximos 31 años cinco de sus 38 millones de habitantes (un 13 %), Hungría pasará (- 12%) mientras que en Bulgaria y Letonia la pérdida de población se prevé aún mayor, de hasta el 25 %.
Tras la caída del Telón de Acero en 1989 las economías de esta región vivieron una crisis, aumentó el desempleo y disminuyeron las prestaciones sociales, algo que afectó a la natalidad, explica a EFE Attila Juhász, un experto en demografía del Instituto Political Capital.
“Las reacciones demográficas siguen muy lentamente las mejoras económicas”, afirma Juhász, que añade que esa recuperación se ha visto ralentizada aún más por la crisis financiera de 2008.
Otro factor tras la pérdida de población en estos países es la emigración que, con excepciones, se aceleró con la integración a la Unión Europa (UE), cuando muchos aprovecharon la libre circulación para buscar trabajo en otros socios más ricos de la unión.
La crisis de 2008 y, de nuevo, la apertura de los mercados laborales de Austria y Alemania en 2011, aumentó el número de personas, especialmente los jóvenes con más talento y mejor educación, que se marchan al extranjero en busca de oportunidades.
Juhász argumenta que tanto para animar a los jóvenes a tener hijos como convencerlos para que no se marchen “se necesita un sistema económico y una visión del futuro estables”.
Por ejemplo, es esencial que haya suficientes guarderías, que mejoren las condiciones laborales, la integración de las mujeres en el mercado y la reducción de la brecha salarial.
“En estos aspectos, Europa del Este es muy débil frente a los países de Escandinavia o Francia”, explicó.
En varios países de la región los líderes políticos nacionalistas. o ultranacionalistas, como el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, han relacionado la recuperación demográfica con la “supervivencia de la nación”.
Para Orbán, como para otros líderes políticos del este europeo, la inmigración no es una solución a la disminución de la población, ya que consideran que la llegada de extranjeros pone en peligro la cultura cristiana y europea.
Como alternativa, el pasado abril Hungría lanzó un programa “por la defensa de la familia” que contempla alivios fiscales y apoyos financieros a las mujeres casadas de entre 18 y 40 años que tengan hijos, y cuyo efecto aún está por comprobar.
En cualquier caso, todos los países de Europa Central y del Este enfrentan ahora una importante escasez de mano de obra.
Así, faltan más de 40.000 trabajadores en Rumanía, 80.000 en Hungría y 300.000 en la República Checa.
Por ello, y a pesar de los discursos contra la inmigración que son el eje central del mensaje de muchos líderes populistas, los Gobiernos de esos países están aplicando políticas más pragmáticas.
“Se ofrecen cada vez más permisos de trabajo a trabajadores que llegan de los países europeos, pero no comunitarios, como Ucrania o Serbia, haciendo más fácil conseguir permiso de trabajo”, afirma Juhász.
La afinidad cultural, o incluso lingüística, de esos trabajadores, frente a los emigrantes de países africanos o asiáticos, especialmente si son musulmanes, es uno de los principales argumentos para suavizar el discurso antiinmigración.
EFE